Biografías y Experiencias Personales Marcelino León
Manuel Marcelino León Casaválente tenía alrededor de treinta años de edad cuando, como católico, se interesó en la verdad. Era agricultor y vivía en su propiedad rural en Paiján, cerca de Trujillo, Perú, donde estaba postrado en cama y desahuciado por los médicos.
En aquellos días difíciles, dos de nuestros colportores llegaron a su casa por primera vez. El Señor les dio sabiduría, poniéndoles palabras de esperanza y ánimo en sus labios. “Hay un médico”, dijeron, “que puede curar todas las enfermedades del cuerpo y del alma.” Él quiso saber más acerca de ese doctor, por lo que añadieron: “Su nombre es Jesucristo.” Su esperanza de recuperación revivió. Por la providencia del Señor, su problema de salud lo preparó para abrir la puerta a la verdad.
Por lo tanto, compró los libros que le ofrecieron y puso inmediatamente en práctica los consejos de salud que le dieron. Hizo una dieta especial que incluía el jugo de cuarenta naranjas cada día durante dos semanas. Al final de esa primera etapa del tratamiento, ya pudo levantarse de la cama y caminar una corta distancia. Animado grandemente, siguió las instrucciones recibidas y continuó el mismo régimen por otras dos semanas. Éxito completo. Eso sucedió en 1945 y 1946. Su familia y él estaban muy agradecidos a Dios. Lo que las sofisticadas prescripciones médicas con sus drogas de farmacia fueron incapaces de realizar, fue logrado con los sencillos remedios que Dios ha provisto en los productos de la naturaleza.
Marcelino se convenció de que Dios tenía más bendiciones reservadas para él y su familia, así que les dijo a los colportores que se sentiría feliz de recibir más estudios bíblicos.

Fue bautizado en 1947 y en 1948 fue ordenado al ministerio. Poco después, aconteció una calamidad en su familia: Su esposa murió en 1949, dejándolo viudo con tres hijos. En 1951 se volvió a casar. En su obra como ministro, el hermano León tuvo que enfrentar frecuentemente grandes dificultades. Había muchos grupos y miembros aislados en Perú y Bolivia, y los fondos para cubrir los salarios y los gastos de viaje eran muy escasos. Por lo tanto, trabajó como ministro a tiempo parcial, sin salario, durante los primeros diez años. Y después trabajó en la Asociación Peruana a tiempo completo durante unos quince años, cuando ese país formaba parte de la Unión Norte y Andina [Sudamericana].
Perú se reorganizó como la Unión Peruana. Los otros tres países (Ecuador, Colombia, Venezuela) de la anterior Unión Norte se reorganizaron separadamente de Perú, formando la Unión Andina (1981). En esa época el hermano León estableció su oficina en Ambato, Ecuador, y trabajó como presidente de la Unión Andina por algunos años.
El hermano León se jubiló en 1988, regresando a su propiedad en Paiján, Perú, pero todavía continuó prestando sus servicios ministeriales voluntariamente, viajando, predicando y dando estudios bíblicos.
Durante sus muchos años de trabajo ministerial, el hermano León tuvo algunas experiencias interesantes. En una ocasión, en 1982 o 1983, viajaba en un ómnibus con destino a Lago Agrio, en la selva de Ecuador. En ese local se había programado una conferencia y los hermanos lo estaban esperando. En un puesto de control, un oficial de la policía ordenó que todos los extranjeros bajaran del ómnibus y se presentaran en la oficina de control con sus documentos en mano. Como ciudadano peruano, el hermano León tenía que pasar por una investigación especial, porque en aquellos días había un problema fronterizo entre Ecuador y Perú. Así que fue puesto en un jeep con sus pertenencias, y fue llevado a la oficina central, en medio de una guarnición, distante unos 28 kilómetros de ómnibus allí.
“¿Ha sido usted alguna vez soldado?” le preguntó el oficial a cargo del interrogatorio.
“Sí.”
“¿A qué rango ascendió usted?”
“Sargento segundo.”
“¿Sabe usted manejar armas?”
“Sí, lo sé. Y tengo una. Es una espada de doble filo.”
“¿La porta consigo?”
“Esta es el arma del cristiano,” dijo el hermano León, mientras sacaba su Biblia y explicaba que trabajo hacía.
Después de haberlo escuchado, el oficial le dijo que se podía ir.
“Disculpe,” le dijo el hermano León, “¿Cómo me puedo ir desde aquí? Estoy lejos, apartado de mi ruta, mi autobús se fue y no tengo auto. Además, hay gente esperándome en la terminal de autobuses y tengo que dirigir una conferencia.”
El jefe de los oficiales consideró el problema de nuestro hermano y ordenó entonces a dos soldados que lo pusieran en un vehículo y lo llevaran al lugar donde tenía que ir. En el camino tuvo la oportunidad de testificarles.
